Cuando un niño empieza a tener problemas en los estudios tendemos a culparle a él o ella porque no hace los deberes, porque no estudia tanto como debería, etc. Y a lo mejor es verdad, pero la pregunta es ¿por qué? ¿Por qué es un vago sin más? No lo creo. Con mi hijo me recomendaron esta academia de estudios en Sevilla que es de las mejores y fue allí donde su equipo de trabajo, auténticos profesionales, me aconsejaron que pidiera la opinión de un psicopedagogo.
Lo llevé y el diagnóstico fue simple: dislexia. Antiguamente se creía que la dislexia era sólo cosa de niños “tontos”. Tachaban a los pobres disléxicos como de “retrasados”, pero ahora sabemos que ese no es el caso. La dislexia es la dificultad en la lectura que imposibilita su comprensión correcta. Erróneamente el término de aplica a la dificultad para una escritura correcta, en este caso el término médico apropiado es el de disortografía. En términos más técnicos, en psicología y psiquiatría, se define la dislexia como una discrepancia entre el potencial de aprendizaje y el nivel de rendimiento de una persona, sin que exista cualquier tipo de problema, ya sea sensorial, físico, motor o deficiencia educativa.
Mi hijo tiene un problema, sí. Pero es un problema subsanable. ¿Sabéis cuántos niños hay que han abandonado sus estudios a los 16 años pensando que no servían para estudiar y lo que realmente les pasaba era que son disléxicos? La prueba, menos dañina, la tengo en mi misma. Yo por más que estudiaba no aprobaba las matemáticas, no había manera. En el instituto llegué al antiguo COU con todo aprobado mientras llevaba colgando las matemáticas de primero y segundo de BUP, porque luego me pasé a letras, y una profesora, tras revisar mi examen veinte mil veces y comprobar que no había ni un solo resultado bien, comprendió lo que ocurría.
Me llamaron al despacho del psicopedagogo con 17 años recién cumplidos y me pidieron que hiciera unas pruebas numéricas delante de ellos. Cambiaba los números de orden, por eso los resultados estaban todos mal aunque los procedimientos y el planteamiento del ejercicio estuvieran perfectos. Por ejemplo, si el ejercicio decía que había 345 camas, yo leía y apuntaba para hacer las cuentas 354, y desde ahí todo el problema estaba mal. Se llama dislexia numérica o discalculalia. No es muy común pero hay mucha gente que lo sufre.
Yo ya tenía 17 años y había dejado las ciencias pasándome a letras puras porque pensaba que yo no podía estudiar números, que no servía. Si me hubieran ayudado con eses problema, de haberlo sabido antes, podría haber estudiado enfermería que era mi sueño y, sin embargo, acabé estudiando una carrera de letras porque ya no tenía base para hacer nada de ciencias.
No fue justo para mí al igual que tampoco lo es para muchos niños con el mismo problema a los que no se les diagnostica nunca, y tampoco es justo para un niño o niña que sus padres le riñan por sacar malas notas cuando tiene un problema que nadie ha visto ni ha sabido corregir.