Uno de los motivos de conflicto en algunas familias sucede cuando nuestro hijo nos dice que no quiere estudiar o que no quiere ir a la universidad. Este conflicto se produce porque los padres tienen unas expectativas sobre sus hijos que no se corresponden con lo que estos desean para ellos mismos. No debería ser algo conflictivo que nuestros hijos tomaran una decisión sobre su futuro, ya que las decisiones ante al gran abanico de posibilidades que se presenta ante ellos suele angustiarles bastante: módulos, cursos, universidad, el bachiller… Que no se queden paralizados por el miedo ya constituye un paso importante.
Ante esta situación en la que comprobamos que nuestros hijos no han tomado la decisión que nosotros esperábamos, debemos entender que el problema no es suyo, sino nuestro. Somos nosotros y no ellos quienes tienen un problema con su decisión, así que no debemos volcar nuestro enfado o frustración sobre su frágil autoestima, y aún menos con sentencias del tipo «te estás equivocando» o «yo quiero un futuro mejor para ti», que solo generarán en ellos inseguridad y culpabilidad por no coincidir con los deseos paternos. No creemos conflictos inexistentes.
Una manera de conformarnos con las decisiones de nuestros hijos consiste principalmente en respetar su autonomía. Ellos no son la misma persona que nosotros, no tienen nuestras mismas prioridades y deseos en la vida. Es obvio que no desean tomar una decisión que les perjudique y que no lo hacen a la ligera. Nosotros también queremos lo mejor para ellos, pero ello no debe impedir que les dejemos tomar sus propias decisiones y además en algo tan difícil como su futuro. Muchos padres olvidan cómo se sentían en su juventud y que ellos también tomaron decisiones distintas a lo que sus padres deseaban (y pobres de ellos si no fue así, ya que no tener voluntad para decidir puede conllevar graves problemas de personalidad en el futuro).
No ir a la universidad no es malo
Parece que existe una fiebre de que nuestros hijos alcancen el máximo nivel académico, aunque no sean buenos estudiante y aunque, siéndolo, no lo deseen. Paree que si uno es inteligente y tiene capacidad está obligado a pasar por las aulas del campus. También tenemos la creencia errónea de que con un título universitario nuestros hijos va a estar mejor preparados, van a ganar más dinero, van a estar mejor respetados y valorados en el trabajo y que van a ser en definitiva más felices. Nada más alejado de la realidad. Cualquier profesional trabajador y capaz será bien valorado en su campo, y por desgracia todos conocemos la tasa de paro entre los titulados universitarios y sus precarios sueldos.
La clave del éxito de nuestros hijos está en algo tan sencillo como nuestro apoyo como padres, hagan lo que hagan por labrarse su futuro, ya que la mayor infelicidad de un individuo radica en no sentirse dueño de su vida.
Muchos licenciados actuales afirman haber optado por otro camino de haber existido los módulos de formación cuando ellos eran estudiantes.