Llega la Navidad y me encanta. Supongo que por eso mis hijos también adoran estas fechas, creo que les he pegado mi entusiasmo. A mi marido ya no le gusta tanto pero eso es lo de menos porque siempre acaba haciendo lo que nosotros queremos. El caso es que en estas fechas nos ponemos hasta arriba de dulces. Los niños no paran, que si turrón, que si pastas, polvorones, bombones… todo un festín de grasas saturadas. Por eso en casa están acostumbrados a que, desde el 1 de diciembre hasta el 31 de enero (mínimo dos meses) tocan hierbas. Ellos ya saben que en estas fechas empiezo a pedir el doble de productos de un herbolario online que es donde compro todo el año porque sale todo muy bien de precio y empezamos con el plan de desintoxicación.
Lo que suelo hacer es darles, con la merienda, una infusión diurética todos los días, sin excepción, que eso ayuda a limpiar y me paso a todo lo integral. Pan integral, pasta integral, cereales integrales. Esto lo hago porque esos productos, al llevar mucha fibra, ayudan a ir al baño y así eliminan grasas más fácilmente (eso sí, todo natural, nada de laxantes ni tonterías varias).
Otra cosa que hago siempre en navidad es hacer una lista de películas navideñas con y sin niños. Por ejemplo, este año en la lista con niños tengo apuntadas: “Milagro en la Ciudad”, “EL Grinch”, “Eduardo Manostijeras” y “Polar Express”, y en la lista de pelis para ver sin niños tengo una que me apetece ver desde el año pasado pero no tuve oportunidad. Se llama “Feliz Navidad”. Trata sobre la I Guerra Mundial y su terrible guerra de trincheras que acabará dejando los campos de Europa sembrados de millones de cadáveres. Es una historia verídica en la que los frentes dejaron de combatir el día de navidad, sólo ese día, para unirse a cantar villancicos y llorar por lo que les espera tras la pequeña tregua no pactada: más disparos y más muerte. La realidad de lo que pasó es que un tenor alemán llamado Walter Kirchhoff acudió a las trincheras como invitado para cantar a los soldados de su país el día de Navidad y animar sus almas derrotadas. En el bando contrario, un francés que le había visto en la ópera de París dos años antes (en 1912), reconoció su voz al escucharle en el silencio de la noche y se pudo aplaudirle desde la trinchera enemiga contagiado por la magia de la música y del día en cuestión y el tenor, que se armó de valor, cruzo la tierra de nadie, campo a través, para saludar a su admirador en la trinchera contraria. Esto avivó el espíritu de paz y amor navideño típico de ese día y no hubo un solo disparo en toda la noche, por el contrario, los soldados disfrutaron de una pequeña fiesta donde en lugar de miedo había sonrisas aun sabiendo que en cuanto amaneciera volverían a coger sus rifles para apuntar a todo el que se moviera en el bando opuesto.
Como ejemplo de realidad aún tenemos a día de hoy un recuerdo de aquella noche, una fotografía que se tomaron juntos los soldados alemanes y franceses aquella misma noche.