La salud mental infantil y adolescente es uno de esos temas de los que, por desgracia, se habla poco hasta que estalla un problema. Muchas veces se piensa que los niños no tienen preocupaciones reales o que los adolescentes solo están “en una etapa complicada”, pero lo cierto es que la mente también necesita cuidados desde pequeños.
Cada niño y cada adolescente es un mundo, pero hay señales y patrones que se repiten: por eso, es importante que familias, profesores, tutores y cualquiera que tenga relación con menores aprenda a detectar lo que puede estar pasando por dentro.
En este artículo, vamos a repasar los 10 problemas de salud mental más comunes entre niños y adolescentes: algunos son trastornos como tal, y otros son dificultades emocionales o conductuales frecuentes que pueden marcar su desarrollo; sea como sea, todos tenemos que estar atentos para evitar que ocurran cosas irreversibles como el suicidio juvenil, un problema que, por desgracia, nos afecta mucho a todos hoy en día.
¿Qué debemos tener en cuenta antes de detectar un problema?
Aunque no hablemos aún de trastornos concretos, sí es fundamental entender que ciertos comportamientos o actitudes repetidas en el tiempo pueden estar indicando que hay algo que el niño o adolescente no puede gestionar. Cambios bruscos de humor, aislamiento, bajo rendimiento escolar, regresiones (como volver a mojar la cama cuando ya no lo hacía), irritabilidad constante, conductas agresivas o incluso síntomas físicos sin causa médica clara pueden ser señales de alerta.
No siempre significan que haya un problema de salud mental, pero si se mantienen o se intensifican, es recomendable consultar con un profesional. Es mucho mejor prevenir que curar, y a veces basta con una intervención temprana y adecuada para que el niño vuelva a sentirse bien y seguro. De hecho, la mayoría de estas dificultades, si se trabajan a tiempo, se pueden resolver o mejorar muchísimo sin necesidad de intervenciones largas ni traumáticas.
La importancia del vínculo con los adultos.
Una de las bases fundamentales para la salud mental en la infancia y adolescencia es la calidad del vínculo con los adultos de referencia. No se trata de ser madres o padres perfectos, sino de estar disponibles emocionalmente, ser coherentes y ofrecer un entorno donde el menor sienta que puede expresar lo que siente sin miedo a ser juzgado o castigado.
Cuando un niño no encuentra ese espacio seguro en su entorno, empieza a construir formas de defensa: a veces se vuelve agresivo, otras se encierra en sí mismo, o busca desesperadamente llamar la atención de maneras que no siempre entendemos. Por eso, más allá de buscar diagnósticos, lo primero siempre debería ser observar con cariño, sin prejuicios, y ver qué necesita emocionalmente ese niño o adolescente.
A veces solo con eso, las cosas empiezan a mejorar.
Por qué no hay que tener miedo de pedir ayuda.
Uno de los grandes errores que todavía existen es pensar que llevar a un niño al psicólogo es exagerar o “etiquetarlo”, pero no: ir al psicólogo no es marcar a nadie, es cuidarlo. Igual que no esperarías a que una fiebre se vuelva grave para llevar a tu hijo al médico, tampoco deberías esperar a que un malestar emocional se vuelva insoportable para hacer algo. En la actualidad, CPSUR Psicología nos recuerda que el papel del psicólogo es muy importante en la vida de un adolescente para poder sobrellevar ciertos momentos decisivos o problemas mentales con una mejor perspectiva: ellos saben cómo acercarse, cómo leer lo que a veces no se dice con palabras, y cómo ayudar a los adultos a acompañarlos mejor, ya que muchas veces el trabajo no depende sólo del niño, sino que engloba también la relación con sus padres y con aquellos que le rodean.
Los 10 trastornos o dificultades más comunes.
Ahora sí, vamos con los problemas más frecuentes que se observan en las consultas de psicología infantil y juvenil:
- Ansiedad infantil y adolescente.
Cada vez más niños y adolescentes presentan síntomas de ansiedad: dificultad para dormir, dolores de barriga o cabeza sin causa médica, miedo constante, preocupación excesiva por lo que pueda pasar, o necesidad de controlarlo todo. La ansiedad puede tener muchas caras, pero todas ellas parten de una dificultad para sentirse seguros con lo que ocurre dentro y fuera.
- Trastorno por déficit de atención, con o sin Hiperactividad (TDAH).
Este trastorno suele empezar a detectarse en edad escolar, cuando los niños tienen problemas para concentrarse, mantenerse quietos o seguir el ritmo del aula. No se trata de “niños que no se pueden estar quietos” sin más, sino de una condición neuropsicológica que afecta la forma de procesar la información y controlar impulsos. Aun así, no todo niño inquieto tiene TDAH, por lo cual, el diagnóstico debe ser muy cuidadoso.
- Trastornos del estado de ánimo (depresión infantil y adolescente).
Aunque cueste creerlo, la depresión también afecta a los niños: no siempre aparece como tristeza, a veces se manifiesta con irritabilidad, apatía, falta de interés por cosas que antes disfrutaban, o incluso con dolores físicos. En adolescentes, puede incluir pensamientos negativos sobre sí mismos, aislamiento o autolesiones.
- Trastornos de conducta.
Aquí entran los casos en los que el menor presenta agresividad continuada, desobediencia constante, desafío a figuras de autoridad o incluso comportamientos destructivos. Muchas veces detrás hay una historia de sufrimiento no expresado, o una necesidad urgente de límites claros y afectivos al mismo tiempo.
- Trastornos del aprendizaje.
Dislexia, disgrafía, discalculia… Son dificultades específicas que afectan el rendimiento escolar, pero no tienen que ver con la inteligencia. Cuando no se detectan a tiempo, los niños pueden desarrollar una baja autoestima brutal y acabar pensando que “no valen” o que “no sirven para estudiar”.
- Trastornos del sueño.
En los trastornos del sueño encontramos terrores nocturnos, insomnio persistente y mucho más; sea como sea, lo que sacamos en claro es que los problemas con el sueño en niños suelen estar muy relacionados con lo emocional. A veces son etapas, pero otras veces son una forma de expresar miedo, ansiedad o inseguridad: por eso, el sueño debe cuidarse como parte de la salud mental.
- Trastornos de la conducta alimentaria.
Aunque muchos los asocian a la adolescencia, en realidad pueden comenzar mucho antes. Conocemos la anorexia y la bulimia, que son dos caras extremas de un trastorno peligroso, pero en realidad, todo empieza con una relación complicada con la comida que puede incluir rechazo, culpa o control obsesivo. A veces viene unido a la autoimagen, otras al control emocional.
- Trastorno del espectro autista (TEA).
El autismo en sí no es una enfermedad, sino una forma diferente de percibir y procesar el mundo, pero por desgracia, a causa de tenerlo algunos niños pueden tener dificultades para relacionarse, entender normas sociales o gestionar cambios. Sin embargo, con el acompañamiento adecuado, pueden desarrollarse plenamente: lo importante es detectarlo y actuar pronto.
- Trastorno de apego.
Este se da cuando ha habido una ruptura o falta de vínculo afectivo seguro en los primeros años de vida. Puede aparecer en niños adoptados, en aquellos que han sufrido negligencia emocional, o simplemente en aquellos que no han sentido esa conexión estable con una figura adulta. Se manifiesta con desconfianza, hipervigilancia o dificultad para establecer relaciones sanas.
- Fobias y miedos intensos.
Todos los niños tienen miedos, pero cuando estos se vuelven limitantes o no desaparecen con la edad, pueden convertirse en fobias. Existen muchas fobias, (como la fobia a la oscuridad, a los perros, etc.) pero el problema no es el miedo en sí, sino cuando el niño no puede vivir tranquilo por culpa de él.
¿Cómo podemos actuar en casa?
Saber que algo le pasa a tu hijo o hija genera mucha angustia, sobre todo porque en esas edades los niños no se dejan aconsejar bien ni escuchan cómo deben: por eso, lo mejor que puedes hacer es observar, escuchar y no minimizar. Frases como “no es para tanto” o “ya se le pasará” pueden hacer mucho daño si lo que necesita el menor es sentirse comprendido, así que mejor evítalas.
A veces no hace falta tener todas las respuestas, basta con estar ahí de forma presente y amorosa.
Por otra parte, crear espacios cotidianos donde pueda hablar, jugar o simplemente estar, sin exigencias, es una forma maravillosa de cuidar su salud mental. Y si en algún momento notas que todo eso no basta, pedir ayuda profesional es una buena decisión, no lo dudes.
Los niños y adolescentes necesitan adultos que los miren con atención real, que sepan ver más allá del comportamiento y entender lo que sienten.
La salud mental empieza en casa, en el colegio o en el instituto, y en la calle.
Empieza con una pregunta sencilla como “¿cómo estás?” y con la capacidad de escuchar sin corregir.
Así que si algo de lo que has leído te resuena, no lo dejes pasar. Hay muchos profesionales que pueden ayudarte, porque cuidar su salud mental hoy, es sembrar su bienestar de mañana.


